Bienvenido a mi dominio

¡Hola a todos!

Hace poco comencé a escribir, todo empezó como un reto que me pusieron, y este es el resultado, quiero comentaros que no todo el mundo le puede gustar lo que escribo, eso no quiere decir que sea un vivo reflejo de lo que soy.

Esto no lo podría hacer sin la ayuda incondicional de Mary Ann corrigiendo mis fallos garrafales y sin May Packer editando el blog. Gracias Chicas.


domingo, 30 de marzo de 2014

NOCHE DE AMBERES III

Noche de Amberes III



Nos despertamos con una resaca un poco achampanada. Me dolía la cabeza y solo tenía ganas de quedarme en la cama. 

Jessica se fue a la ducha. Cuando volvió, me había vuelto a dormir. Ella sin quererme despertar, se bajó a la cafetería a desayunar, y aprovechó para pasear y hacer algo de shopping.

Cuando me desperté, y vi que no estaba la llamé por teléfono:

Hola, ¿por dónde andas?

—Estoy por la calle principal, no quise despertarte. ¿Cómo te encuentras?

—Uffff… Me duele un poco la cabeza. Anoche bebimos un poco de champán —Le contesté soltando un carcajada.

—Jajaja… Sí, sólo un poco… ¿Qué piensas hacer? —me preguntó.

—No sé Jessica. Voy a ducharme y comer algo. Son las cinco de la tarde, nos quedamos aquí una noche más, ¿verdad?

—Sí claro, esta noche nos quedamos aquí. Saldremos a cenar si quieres a un restaurante de aquí, y nos meteremos pronto a la cama. Mañana salimos temprano.

—¿Temprano? ¿A dónde me quieres llevar?

—Bueno, bueno, no preguntes, déjame que te sorprenda. ––Me contestó sonriendo.

Las sorpresas de ella me daban miedo, pero a la vez me agradaban. Nunca sabías lo que podía ser.

—Come algo ligero y a las nueve vamos a cenar. Yo estaré ahí dentro de una horita.

—Vale, te veo en la cafetería.

Me metí a la ducha, ¡Diosss… Qué sensación más buena, sentir esa cantidad de agua caliente sobre mi cabeza. Me bajé y me pedí un café americano con un poco de leche, y unas tostadas con filette Americane. Ojeé un poco el diario del día, y me fijé en aquel anuncio: en él se explicaba que en dos días habría posibilidad de correr con coche propio en parte del circuito de Francochamps y pasar por la curva Larouge. ¡Joder, poder correr en ese circuito con el SLK seria un sueño! Con sus casi 300 caballos… y pasar por esa curva que en su parte alta era ciega… ¡Sería una auténtica subida de adrenalina!

Jessica entró a la cafetería cargada de bolsas.

—¡Vaya, vaya! ¿Girls shopping day? ¡Cómo se nota que te gusta comprar!

—Sí, he visto varias cosas que me gustaban, y las he comprado. ¿Cómo te sientes? ¿Recuperado?

—Sí, este café y las tostadas me han devuelto la vida.

Nos subimos a la habitación un rato y vino lo inevitable:

—Bueno Víctor, no hemos podido hablar sobre lo de anoche. ¿Qué te pareció la experiencia?

—Pues si te tengo que ser sincero, me pareció de locura. Todavía no sé cómo pude hacerlo, pero me gustó… y ¡me gustó mucho! —Le respondí mirándole directamente a los ojos —Y ahora entiendo también lo de tu tatuaje en la espalda: es lo mismo que ponía en el lienzo colgado de la pared.

—¡Jajaja… buen observador! Sí, me lo hice después de la primera vez que vine. Me gustó el significado y desde entonces me lo aplico cada vez que quiero y me apetece.

—Y… ¿has venido aquí también con tu marido?

—No, él no sabe nada de esto. Él está muy ocupado con su barco, sólo le interesa navegar, pasar tiempo en alta mar… – suspiró Jessica

—¿Es por eso que buscas lo prohibido?

—¡Sí! Me da vida, y fuerzas para seguir con mi matrimonio. Yo quiero a mi marido, pero lo nuestro ha llegado a un límite que sólo se sustenta por el negocio del velero.

—Pero… – quise preguntar, cuando me interrumpió.

—Mira Víctor, yo no pregunto nada de tu vida privada. Dejemos esto tal y como es: yo me he encaprichado contigo y quiero satisfacerte en todo. Es mi manera de poder entregarme a alguien sin pedir nada a cambio.

No supe qué contestar. Sólo que me acerqué, la besé suavemente y respondí:

—Y yo te lo agradezco, jamás me había imaginado esto. Gracias.

Ella se levantó, cogió una de las bolsas grandes y me la dio.

—Toma, ábrelo, es un regalo que te hago. Espero que te guste.

Lo abrí. Era un cuadro pintado a carboncillo. Una mujer semidesnuda con el pelo suelto. Tenía un aire a ella.

—¡Wow, Jessica, qué preciosa! Me encanta. Lo colgaré en mi habitación y cada vez que lo mire, me acordaré de ti.

—Me alegro de que te guste. Por eso mismo lo compré, para que te acuerdes de mí, y no olvides estos días.

Era una mujer increíble, pero yo mantenía mis emociones a raya. Me empezaba a gustar de verdad, y no quería hacerme daño: al fin y acabo era casada. Nos abrazamos y decidimos prepararnos para ir a cenar. Ella había reservado en un asador junto al río.

Yo me puse a afeitarme mientras ella se metía a la ducha. Su cuerpo desnudo, verla como se echaba espuma por sus pechos mientras me miraba fijamente a través del espejo, con sus ojos desafiantes, me excitaba tanto que entré a la ducha y de un movimiento le di la vuelta y la empalé duramente. Le introduje mi polla erecta en su vagina:

—¿Es esto lo que quieres? ¿ Que te folle duro?

—¡Sí! ¡Fóllame así, por detrás, hazme tuya!

La embestía duramente, como si estuviera poseído. Ella gemía de placer, pidiendo que le diera más duro, que le azotara el culo.

—¡Joder, Víctor… Me gusta cómo me estas follando ¡Cógeme del pelo y tírame de él!

Le tiraba de aquel pelo rubio con fuerza mientras ella se masturbaba su clítoris hinchado, llegando al orgasmo, pidiéndome que la penetrara lo más duro que pudiera. Eso me hizo enloquecer, dándole tan duro, que me hizo llegar y correrme dentro.

—¡Víctor, me vuelves loca! ¡Cómo me gusta que me folles, así, sin esperármelo!

—Jessica, me alegro de oír eso, porque a mí me encanta hacértelo.

Nos arreglamos y salimos a aquel restaurante en que había reservado. Fuimos andando, ya que no estaba lejos. ¡Qué bonito era ese lugar de noche, las luces de las farolas reflejado en el río, la catedral iluminada con su Citadelle custodiándolo! Llegamos al restaurante, muy coqueto, con iluminación tenue y nos recibió el maître.

—Bon soir, Mademoiselle, monsieur, ¿tienen mesa reservada?

—Sí monsieur, a nombre de Suárez.

—Síganme por favor.

Nos llevó a un saloncito privado, donde no había más que cuatro mesas, con campanas extractoras encima de ellas.

—Donde gusten señores, os recomiendo la mesa del fondo.

—¡Qué bonito es este lugar, gracias por traerme aquí!

— De nada. Suponía que después del marisco de anoche, te apetecería algo de carne. Y aquí sirven la mejor carne que puedes encontrar y encima, te la puedes hacer a tu gusto aquí, en la mesa.

—Sabes cómo sorprenderme Jessica, me encanta asar la carne a mi gusto. Suelo ir mucho al asador que hay junto a la estación de trenes en Amberes.

—Jajaja... Vaya, otro acierto entonces. Me alegro. —Me respondió con una sonrisa.

Nos pedimos un combinado de carne de vacuno, con salsas y patatas al horno como guarnición, regado con un vino tinto crianza.

—Jessica, sé que salimos mañana a un destino sorpresa, pero quería comentarte algo que he visto en el periódico y me gustaría hacerlo, ya que estamos aquí.

—Dime, ¿qué es?

—Dentro de dos días, abren el circuito de Francochamps al público, para poder correr con tu propio coche, y ya que estamos aquí, me haría ilusión correr con el SLK.

—Víctor, me encantaría hacerte realidad ese sueño, pero lo que tengo planeado te va a gustar.

—¿Y como sabes eso? ¿Cómo estas tan segura de ello? – Le pregunté con voz de decepción.

—Simplemente lo sé, pero te prometo que si no te gusta lo que tengo planeado, estaremos aquí pasado mañana para que puedas cumplir tu deseo de correr.

—Vale, trato hecho. – Le contesté.

Tampoco era cuestión de pedir o exigir. Al fin y a cabo, ella proponía y yo aceptaba.

Cenamos bien rico, la carne se cortaba como la mantequilla, el vino era excelente y el postre… ¡Qué decir del postre! Eso me lo quedo para mí.

Era casi media noche y decidimos irnos a dormir. Jessica quería salir temprano a algún destino, que por mucho que le preguntara, no había manera que me dijera. A la mañana siguiente, un susurro me despertó.

—¡Buenos días Víctor, hora de despertarse, empieza la sorpresa!

Miré el reloj: eran las seis de la mañana.

—¡Jessica… mira la hora que es! —Le contesté dormido. —¿No podemos quedarnos un poco más? ¡Ni que fuéramos a Oostende, que está a cinco horas de camino de aquí.

—¡Venga gruñón! Que nos espera un camino algo más largo que eso. —Sonrió con picardía.

—¿Más que eso? Pero ¿a dónde me llevas?

—Nos vamos a… No te lo digo aún. Lo sabrás cuando estemos en el coche y lo programe en el GPS.

—¡Vale! Pero antes de eso… ¿qué te parece si me despiertas bien con una mamada?

—Hmmmm… ¿Quieres que te la chupe de buena mañana?

—¡Sí… me encanta que me la chupen recién despierto!

Jessica se metió debajo de las sabanas, me bajó los shorts, y empezó a chuparla con delicadeza, jugando con ella, como si fuera una piruleta, consiguiendo una erección al instante. ¡Dios, qué bien la chupaba! Sabía llevar en cada momento el ritmo con la boca y la mano.

—¡Joder Jessica, qué rico lo haces! Intenta metértela entera en tu boca, quiero sentirla entera dentro.

Poco a poco fue metiéndola entera en sus labios, mientras me masajeaba los huevos, no dejaba de mover la lengua. Me la mamó sin sacarla, haciéndome llegar al clímax, corriéndome en su garganta. No paró de succionar, sin inmutarse, tragándose todo mi semen.

—¡Mmmmm, qué rica estaba tu leche, calentita! —Dijo relamiéndose. —Y ahora que estás bien despierto… ¡Vamos! ¡A ducharse, que nos vamos!

Se levantó y como siempre, se metió primero a la ducha. Yo me quede en la cama, recuperándome de mi despertar mañanero. Cuando salió de la ducha, me tocó a mí. Y una vez recogido todo, bajamos y nos despedimos de la Madamme del hotel.

Nos subimos al coche y Jessica me mandó cerrar los ojos. No quería que viera el destino final, sino que condujera obedeciendo a esa voz femenina del GPS.

—Bueno muchacho, ya está: ¡a conducir! y sorpréndete de tu nuevo destino. —Me dijo con una sonrisa.

Metí la directa y allá fuimos. Conducir en aquel coche era una gozada y no se me quitaba de la cabeza la posibilidad de correr en el circuito. Conduje por unas dos horas, dirección París. Me extrañaba, pues solo íbamos por autopista, hasta que vi el cartel de Aduana de Francia.

—Jessica, ¿vamos a Paris? —Le pregunté sorprendido.

—No lo sé… tendrás que esperar hasta que la voz te diga “Ha llegado usted a su destino”. —Me contestó con una sonrisa. —Me gusta verte con esa cara de sorpresa Víctor. Es lo que echo de menos en un hombre: que pueda sorprenderle y hacerle sentir bien y único.

—Pues lo estas consiguiendo: me sorprendes cada vez más.

Pasamos la frontera, cuando la voz me hizo desviarme del destino que yo pensaba que iba a ser. Ahora me indicaba en dirección hacia la costa, lo cual me sorprendió aún más.

No quise preguntar, sería tontería y absurdo, pues su boca estaba sellada, así que me limité a disfrutar del paisaje y de su compañía.

Seguimos hablando: observé que ahora había más fluidez y nos contábamos experiencias vividas. Después de cuatro horas y media de conducir por unos paisajes verdes, atravesando la zona de Normandía, llegamos.

“Ha llegado usted a su destino”. Y ahí estaba: un castillo catedral en medio del mar, rodeado de casitas medievales, Mont Saint Michelle.

Jamás había visto algo tan bonito. Mi sonrisa era de oreja a oreja, y mis ojos brillaban de felicidad.

—¡Dios Jessica, qué bonito es este lugar! Pero ¿cómo sabes que me pueden gustar estas cosas tanto?

—Ay amigo, será intuición femenina, pero sabía que esto no podía fallar contigo.

—Pues has acertado, cielo. Si hay algo que me fascina es esto y todo lo relacionado con la segunda guerra mundial. ¡Y encima estamos cerca de la zona del “D day”!

—Lo sé, y por eso te he traído aquí. Quiero que pasemos el día aquí y conducir por toda la zona del desembarco.

—Gracias Jess. No sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo. Jamás me pude imaginar que cambiaría mis vacaciones en España, y encontrarme aquí, junto a una mujer bella, hermosa, y que encima sabe lo que me gusta, como si fueras una pitonisa. Jajajaja.

—Me alegro que lo hicieras. Ahora vamos a pasear por el castillo y a disfrutar de una buena mariscada.

Dejamos el coche fuera, en el parking, ya que era imposible llegar con él: sólo se podía acceder con marea baja.

Pasamos por el arco de entrada, y ¡entramos en otro mundo! ¡Como si estuviéramos en el siglo XVI! Calles empedradas, llenos de puestos ambulantes y pequeños restaurantes, la mayoría de mariscos.

Entramos a uno de ellos que tenía una terraza medio flotante sobre el acantilado. El tiempo acompañaba, hacía calor y podíamos disfrutar de esas maravillosas vistas.

Nos pedimos unas ostras planas, unos langostinos en salsa de nata con puerros, y como plato fuerte lenguado en salsa de naranja, todo ello regado con una botella de Moët & Chandon Cordon Rouge, ya que no tenían el Don Perignon que a ella tanto gustaba.

Era todo tan perfecto: buena compañía, un lugar increíble,… y todo sin soltar un Euro. Me sentía como un gigoló, y eso en cierto modo me incomodaba, pero es que ella no dejaba que pagara nada.

Después de la comida, nos dimos una vuelta por las calles empinadas que subían hacia la catedral, donde en lo alto de la torre, había un ángel guerrero de color oro pisando con su pie a un dragón: ese era Saint Michelle.

Por la tarde, cogimos el coche y nos fuimos a ver la playa de Omah, donde desembarcaron los Americanos para terminar con la tiranía de los alemanes.

Había bunkers por todas partes y museos que exponían todo tipo de artículos de la guerra.

Jessica me miraba y disfrutaba de mi alegría, de verme contento con esta sorpresa.

—¿Te lo estás pasando bien? —Me preguntó con su sonrisa peculiar.

—¿Que si me lo estoy pasando bien? Estoy como un niño con zapatos nuevos: siempre quise venir a este lugar y ver parte de la historia que cambió el mundo.  —Respondí entusiasmado.

Pasamos toda la tarde por la zona hasta que llego la noche y era hora de buscar un hotel.

—Bueno, supongo que el detalle de pasar la noche también lo has pensado, aunque no sé cómo ni en qué momentos lo haces o planeas.

—No, es verdad, no se me ha pasado ese detalle. He reservado una habitación en un hotel cerca de aquí. Cuando quieras vamos.

—Pues sí. Quiero ducharme, cenar y echarte un buen polvo. Quiero agradecerte todo esto con una buena sesión de sexo.

—¡Hmmmm… me gusta el plan! Sólo de pensarlo me pones cachonda. ¿No quieres que te la chupe aquí mismo, en el coche? —Me preguntó riendo.

—¡Qué caliente eres, Jessica! Me pones muy cachondo, pero prefiero esperar al hotel.

Nos fuimos al hotel que había reservado. Nos duchamos, cenamos en el restaurante del hotel, y subimos a la habitación.

Esta vez era muy sencillo, pero muy limpio, y la cama era enorme.

Cuando abrió la puerta, la cogí por la cintura y la empujé hacia la pared. Empecé a besarla, mientras me disponía a meter mi mano debajo de su falda, buscando su coño caliente. Estaba muy cachondo, y eso se lo transmitía a ella.

—¡Joder Víctor, cómo estás! ¿Me quieres poseer con fuerza? Me gusta la idea. —Jadeó mientras le introduje mis dedos en su hendidura.

Le subí la falda, y le bajé su tanga diminuta, despacito,… le besé los pechos y el ombligo,… hasta llegar a su… ¡Dios, qué bien olía! Estaba tan húmeda… empecé a lamer su rasurado coño, mientras pasaba sus piernas por encima de mis hombros y de un empujón, la levante hacia arriba, teniéndola a mi merced, sólo para mí, sin poder hacer nada, contra la pared.

—¡Joder Víctor! ¡Soy toda tuya! —Me jadeaba mientras me cogía del pelo, apretándome más hacia su humedad.

La lamí con tanta fuerza y pasión que ahí mismo tuvo su primer orgasmo, ofreciéndome su líquido.

—Sujétate Jess. Voy a llevarte a la cama.

Se sujetó y sin dejar de lamer, la tumbé en la cama. Le quite su falda y su parte superior, dejándola sólo con su sujetador.

—¡Ven aquí, déjame que te desnude Víctor! —Me pidió suplicándome.

Me acerqué a ella, y empezó desabrochándome los botones de la camisa, besándome el torso, mordiéndome los pezones, pasando su lengua húmeda. Después mis pantalones, dejándome con mis shorts azules.

—Hmmm… ¿Qué tenemos aquí, tan duro? —me preguntó sugerente.

—¿Lo deseas, Jessica? —le ofrecí yo.

Sin responder, la sacó y se la metió en su boca. Eso respondió a mi pregunta.

Empezó a chupármela como ella sabía, primero con delicadeza, jugando con ella, pero humedeciéndola con su saliva. (¡Bufff, me encanta que me la pongan así!) Después aumentaba el ritmo, metiendo mi polla dura entera en su boca.

—¡Para Jessica, que me haces correr!  —Le supliqué, aunque en el fondo no quería que parara, pero estaba cansado y si me corría en ese momento, no podría después tener otro orgasmo.

Así que la paré y le pedí ponerse de rodillas en la cama, para poder penetrarla por detrás.

¡Dios, qué culo más perfecto! Me gustaba tenerla en esa posición, me dejaba penetrarla mientras jugaba con su ano y observaba las letras árabes.

La empalé suavemente, viendo como entraba mi polla erecta. La follaba con un ritmo suave, sujetándome con una mano en su glúteo firme, mientras con la otra jugaba con su ano, penetrándola con mi dedo.

—¿Te gusta que te folle así? ¿Jugando con tu culo?

—Me encanta, me pones muy cachonda, caliente, quiero que me penetres mi culo mientras me frotas mi coño —me aclaró ella.

Cumpliendo sus órdenes, la humedecí bien su culo e introduciéndolo suavemente, empecé a follarla, sacándole unos gemidos de placer que a la vez me volvían loco a mí. Cuando estaba a punto de correrme, paré. Le di la vuelta, la cogí en peso y apoyado contra la pared le dije:

—Vamos a terminar esto como lo empezamos, contra la pared.

—¡Joder Víctor! ¿Me vas a follar por el culo así? —Me preguntó asustada.

—Pero… Víctor… Me vas a…

Sin darle tiempo a terminar, la empalé el culo, dejando que el peso la penetrara completamente. Empezamos a aumentar el ritmo, mientras ella se masturbaba su clítoris, gritaba, gemía fuerte de placer, sin importarle que los otros huéspedes pudieran oírla, llegando al clímax, haciendo que me corriera en su culo a la vez.

—¡Joder, Jessica! ¡Te has vuelto loca, con esos gritos has despertado a medio hotel! —Le dije riéndome.

—¡Pues para que se enteren que aquí se ha follado! Jajajaja. —Me contestó agotada.

La lleve a la cama, con mi pene aun dentro, y así nos quedamos un momento recuperando el aliento.

—Me encanta que me folles así Víctor. Me gusta pasar tiempo contigo, me haces reír y me encanta aún más verte lo feliz que te hago con mis sorpresas. Ojalá pudiéramos tener esta relación cada vez que yo viniera a Bélgica.

Eso me descolocó, porque todo empezó como una aventura de una noche, y ahora me estaba pidiendo que fuera su amante.

—Jessica, me gusta lo que estamos viviendo. Soy soltero y no me importa en este momento ser tu amante. Pero mis perspectivas son otras: quiero enamorarme y entregarme a una sola persona y está claro que contigo eso no podría ser.

—Lo sé, perdóname. Ha sido egoísta por mi parte, no tenía que haberte preguntado.

—Bueno, no te preocupes. Venga, vamos a ducharnos y a dormir.

Los días pasaron. Ella me llevaba de un sitio a otro, por toda la costa de Normandía, y cada día era mejor que el otro. No me podía imaginar en mis mejores sueños unas vacaciones así.

Llegó el día de despedirnos, y lo hicimos sabiendo que ahí terminaba todo. Estuvimos unos días en contacto por teléfono, recordando las vivencias, y yo no podía olvidar la frase de su tatuaje: “Disfruta de lo prohibido” = التمتع ممنوع.

Recordaba también otra de las máximas de Jessica: “Lo prohibido lo hace más interesante”

En poco tiempo dejó de llamar y no supe nada más de ella. Yo seguí con mi vida pensando, que igual me podía dedicar a ser acompañante de mujeres falta de afecto y aventuras.




Fin

sábado, 8 de marzo de 2014

NOCHE EN AMBERES II

Noche en Amberes II


A la mañana siguiente, Jessica se despertó tarde, eran sobre las once. Se giró para mirar al hombre que le había hecho disfrutar tanto la noche anterior, y se llevó la sorpresa:

¡No estaba! En su lugar encontró una nota:

 “Jessica, fue increíble lo de anoche. Si lo que me dijiste va en serio, te dejo mi número y me llamas.”


No se lo podía creer, le había dejado una nota, algo que normalmente sucedía al revés.

Se levantó y se dio una ducha, mientras recordaba el momento cunnilingus de la noche anterior.

Yo, mientras tanto, me había ido a casa, pensando que quizás no me llamaría y que encima había perdido el vuelo.

“¡Esto te pasa por pensar con la punta de la… y no con la cabeza!” Me decía una y otra vez. Me tumbé en la cama y me quedé dormido.

Jessica tomó su desayuno tranquilamente en el lounge bar del hotel, leyendo el diario. Hizo unas llamadas telefónicas mientras no dejaba de pensar.

Ella lo único que quería era tenerme cerca, y disfrutar como me había prometido. 

Cogió el teléfono y me llamó:

—¿Sí, quién llama? —Pregunté con voz ronca.

—¡Hola Víctor, soy Jessica! ¿Te acuerdas de mí? La rubia con la que estuviste anoche. —me dijo con voz melosa.

—¡Heyyy… Jessica… estaba deseando que me llamaras, deseaba que lo hicieras! —Le contesté sonriente.

—No entiendo lo de la nota, Víctor. Te supliqué anoche que te quedaras conmigo durante tus vacaciones, hablamos de ello. ¿Por qué te fuiste?

—A ver Jessica, sólo quería asegurarme de que realmente deseabas que estuviera contigo.

—Pues ya ves, quiero y deseo ahora mismo ir a recogerte. Como tienes la maleta hecha para tus vacaciones, no tienes que hacerla. Dime dónde vives y voy a por ti.

Le pasé la dirección, y me puse a sacar algunas cosas de la maleta, que no me pondría. Metí algunos pantalones y camisetas de manga larga.

Pasó media hora, cuando Jessica llegó con su flamante Mercedes a la puerta del edificio.

Me hizo una llamada para avisarme de que estaba abajo esperándome y se cambió al lado del acompañante.

Bajé enseguida, metí la maleta en la parte de atrás, me senté en el coche y suspiré.

Me acerqué a ella, le di un beso con mucha pasión en sus labios y le susurré al oído:

—Nos lo pasaremos bien Jess. —Y le mordí suavemente el lóbulo,  provocando que se le erizara el vello y al sentir ese escalofrío recorrer su cuerpo, se giró y me besó en los labios, respondiendo:

—No lo dudo, estoy deseando empezar esta aventura.

—Bueno… ¿Hacia dónde me rapta mi preciosa conquista? —Le pregunté.

—Pues… Es una sorpresa, pero te adelanto que vamos a pasar unos días en Dinant.
Así que rumbo hacia allá.

El viaje sería de unas tres horas, así que tuvimos tiempo de hablar y conocernos algo más, ya que la noche anterior, no habíamos hablado casi nada.
Yo le pregunté a qué se dedicaba y ella me contó que era dueña de un velero de turismo. El marido se encargaba de llevarlo, y ella de la administración y marketing. Lo cierto es que no estábamos demasiado interesados en la vida del otro, los dos sabíamos que esta aventura tenía un principio y un final, y de nosotros dependía cómo terminara.

A medio camino paramos para tomar un café y estirar las piernas, momento que ella aprovechó para programar el GPS y poner el nombre del hotel que había reservado esa misma mañana.

En poco más de lo previsto llegamos a nuestro destino.

Le Merveilleuse, un antiguo convento a orillas del río Mosa, transformado en hotel, con un trato familiar, pero que mezclaba lo antiguo con lo moderno.

—¡Joder Jess, es un convento! ¡Estoy flipando con el interior… Es increíble! —Dije asombrado del lugar, sin querer pensar con quién habría estado ahí anteriormente.

—Me alegro de que te guste, la cena y el postre te van a encantar aún más. —Me respondió con su peculiar voz de pícara.

Estuvimos más de diez minutos esperando a que alguien nos atendiera, lo cual me estaba poniendo nervioso, sin embargo Jessica estaba muy tranquila.

Por fin llegó una mujer ya entrada en edad, y se acercó a Jessica con una sonrisa.

—¡Bonsoire Madmoiselle Fallow! ¡Qué alegría volver a verla por aquí! Hacía tiempo que no venía.

—¡Bonsoir Madamme Dujardin! Como siempre se le ve estupenda. Le presento a un amigo, el señor Víctor Suárez.

—Encantado, Señora.

—Hmmmm… ¡Qué muchacho más hermoso! Me alegra tenerle entre mis huéspedes. —Me contestó con una sonrisa.

Yo no entendía nada y tampoco quería saber, estaba claro que ellas se conocían.

—¿Tiene usted todo preparado, como le había pedido por teléfono? —Le preguntó Jessica.

—Sí claro. Su habitación está preparada Madmoiselle, no se tiene que preocupar por nada.

Le entregó la llave, dándole dos besos y susurrando al oído:

—Te has superado, Jessica. —Y se despidió.

—Vamos Víctor, vamos a dejar las cosas en la habitación y demos un paseo antes de cenar.

Subimos a la habitación, en la última planta. Si la de Amberes era alucinante, ésta lo era más. Tenía una cama enorme y el cuarto de baño estaba integrado en ella, con jacuzzi y preciosas vistas sobre el río Mosa. Dejamos las maletas y salimos a pasear por los alrededores, el lugar era precioso, con casas de color gris del siglo XVI, la catedral y la Citadelle, un antiguo fortificación.

Al rato volvimos al hotel. Decidimos darnos una ducha y prepararnos para la cena. Pusimos en marcha el jacuzzi para relajarnos un rato y me acerqué a ella, sugerente.
En cuanto coloqué mi mano en su coño, me la retiró sonriendo.

—No, Víctor. Dejaremos el sexo para después. Vamos a relajarnos, ponernos guapos y bajar a cenar. Te garantizo que te gustará.

Así que me aguanté mis ganas y decidí hacerle caso.

Sí… Realmente era un placer relajarse en el jacuzzi y disfrutar de esos minutos de tranquilidad. Creí que me quedaría dormido, pero al cabo de media hora Jess me avisó:

—Vamos a vestirnos, Víctor. Tenemos mesa reservada para las ocho y media.

—¿Y qué me pongo? Sólo me he traído ropa informal, no sabía que me ibas a traer a un sitio tan exclusivo.

—No te preocupes, lo tengo todo previsto.

—¿Cómo que lo tienes previsto? ¿Acaso te has traído un traje de tu marido?

—Jaajajaaja… ¡No guapo! Mi marido es mucho más alto que tú, pero… ¿Te acuerdas que te pregunte si te gustaban las sensaciones fuertes?

—¡Ay… Jess…! ¿En qué estarás pensando ahora? ¡Miedo me das!

Jessica fue hacia el armario y sacó dos perchas con unos cubres trajes y me dio una:

—Aquí tienes tu vestimenta para esta noche, te va a parecer algo raro, pero ya sabes que conmigo todo es sorpresa.

—¿Es lo que pienso que es, Jessica?

—Creo que sí, esta noche es una cena donde todos los huéspedes se disfrazan así: vosotros de cura y nosotras de monja.

—¡Joder…! ¿De verdad me estás hablando en serio? —Le pregunté asombrado.

—Sí muy en serio, y créeme, vas a vivir la mejor experiencia de tu vida. Ahora póntelo, quiero ver como te queda. ¡Ah…! Y sin nada debajo por favor. Es una norma.

No daba crédito a lo que estaba viendo ni escuchando, pero como estaba dispuesto a disfrutar al máximo todo esto, me dispuse a ponérmelo.

Ella se puso el suyo, jamás había visto una monja tan atractiva, y solo pensar que no llevaba nada debajo ya me estaba excitando.

—No quiero saber ni preguntaré nada. Me dejaré llevar por lo desconocido, me da mucho morbo verte así, y esto solo puede ir a mejor.

—Claro que sí, te prometí que ibas a pasar unas vacaciones que jamás ibas a olvidar, y así será. Tú sólo déjate llevar, abre tu mente y disfruta de lo que vamos a vivir ahora.

Esas palabras me tranquilizaron.

Jessica transmitía seguridad y eso me confortaba, pero antes de bajar, abrimos una botella de Champagne que ella había pedido que estuviera preparada a su llegada.

—Un brindis: por ti… por mí… y por habernos encontrado.

—Sí Víctor, y brindo también por otra cosa: brindo porque lo desconocido puede ser lo más morboso y excitante, y viéndote vestido de cura con tu sotana, lo hace aún más interesante. —Terminó riendo.

Nos tomamos la copa de un trago y nos dispusimos a bajar.

—¡Sígueme y a partir de ahora, mantendrás silencio absoluto! Sólo harás señal con un sí o un no. Hablaras cuando yo te lo permita. Te dejaras hacer sin poner resistencia. ¿Entendido?

—Sí Jessica. Me asustas con esto, pero estoy dispuesto a vivir la experiencia, aunque… ¿Y si no quiero seguir? ¿Puedo dejarlo e irme a la habitación?

—Si no quieres seguir o te ves incapaz, sólo tienes que decírmelo, y nos levantaremos, pero estoy segura que eso no pasará.

Bajamos hasta la primera planta, y en vez de ir al comedor principal, entramos por una puerta que nos llevaba a una sala privada, decorada como si fuera una Iglesia.

Las mesas estaban a los laterales y al fondo, una mesa principal.

Había colgado un lienzo grande con unas letras árabes escritas verticalmente. Me llamó la atención especialmente ya que, si íbamos vestidos de católicos, ¿por qué había letras árabes?

Los camareros y camareras iban vestidos de monaguillos; era curioso, y a la vez divertido.

Nos condujeron a nuestro sitio, no había mucha gente, unos veinte. Estaba claro que la cena era privada.

Yo, como me había sido mandado, no abría la boca, sólo me limitaba a observar lo que pasaba a mi alrededor.

De repente, un camarero tocó una campanilla y Jessica me hizo una señal para que me levantara.

Por una puerta pequeña, entró la dama que me había presentado Jessica al llegar.

Se dirigió hacia la mesa central, nos hizo una señal para que nos sentáramos y nos dio la bienvenida.

—Bienvenidos a esta cena tan especial. Algunos de vosotros sois conocidos y asiduos, otros son nuevos, atraídos por la curiosidad. Para ellos quiero decir unas palabras. Divertíos con la cena que os hemos preparado, esto es privado: lo que ocurre aquí, queda aquí. ¿Entendido?

Todos los que éramos nuevos, inclinamos la cabeza.

—Pues como dice nuestro lema aquí escrito “¡Disfruta de lo desconocido!”

Sonó la campanilla y empezaron a traer el primer plato.

Bogavante con salsa de mantequilla. Había algo más que me llamó la atención, no había servilletas, ni cubiertos, sólo un cuenco con agua para cada uno. 

No salía de mi asombro, era todo tan raro, pero a la vez muy excitante y desconocido para mí.

Jessica me apretó el muslo y me susurró al oído:

—Lo estás haciendo muy bien. Yo te guiaré y te cuidaré para que te sientas cómodo en esta cena. Disfruta de lo que va a comenzar ahora.

El bogavante estaba riquísimo en esa salsa templada, pero no podía evitar mancharme de salsa la boca y la comisura de los labios. Miré a Jessica preguntándole sin palabras “¿Cómo me limpio?”

Ella hizo una señal a una camarera que vino hacia mí, se puso a mi lado, me cogió la cara, y empezó a lamerme toda la salsa sobrante. ¡Diosssss! ¡Qué excitante era eso! Notaba cómo se me ponía dura. Luego cogió la copa, le dio un trago, mientras Jessica me ordena a inclinar la cabeza hacia atrás, y se acercó para pasarme ese líquido delicioso a mi boca, como si fuera una fuente.

Jessica entonces se dirigió hacia mí y con su sensual voz me pidió:

—Lo que te ha hecho ella, ahora me lo haces a mí: límpiame y dame de beber.

Me acerqué a ella y empecé a pasarle mi lengua por la comisura de sus labios, mientras ella metió su mano por debajo de mi sotana y empezó a masajear mis testículos. Luego di un sorbo a la copa y le pasé el brebaje tal y como me habían hecho a mí, solo que yo acabé besándola e invadiendo con mi lengua su boca.

—Bien Víctor, ¿te va gustando la cena? —Me preguntó con una mirada devoradora.

Asentí con mi cabeza.

Recogieron los platos y otros camareros entraron con unas mesas largas, colocándolas en el medio de la sala. La madame que presidía la cena, dio orden de que nos levantáramos y nos pusiéramos alrededor de ellas: hombres en una y mujeres en otra.
Levantaron los manteles descubriendo a una mujer y un hombre cubiertos de sushi.

El silencio era absoluto, todos sabían que hacer en cada momento. Yo me encontraba algo perdido, pero Jess me decía cuando y como podía hacer las cosas. Empezaron a comer, y fue una sorpresa lo que vi: no comían los sushis con palillos, sino con la boca, se acercaban al cuerpo y se lo comían.

Era morboso verlo, así que me animé. Jessica se acercaba a la zona íntima del hombre, dispuesta a probar un maki.
Verla disfrutar me excitaba, y sólo pensaba ya en subir a la habitación para follarla.

De repente, Jessica se acercó, me cogió de la mano, se fue hacia nuestra mesa, se subió a ella a cuatro patas, levantando su hábito y dejando su culo y su hendidura al descubierto.

Me pidió que le chupara, y yo obedecí como se me fue ordenado.

Empecé a lamerla, a chupar su humedad, no me importaba que me vieran, me excitaba más saber que nos estaban mirando. Otras parejas se dedicaban a besarse, comerse la boca, ¡Era una locura! Se acercó una camarera con una botella y empezó a echar ese líquido dorado por el medio de las nalgas, bajando directamente a mi boca. Jessica gemía de placer al sentir el frío bajar por su sexo.

Me mandó tumbarme boca arriba en la mesa, mientras ella lo hizo al mi lado, levantando la piernas en el aire y sujetando sus caderas con las manos para que la camarera le echara champán dentro de su coño. Apretó sus músculos vaginales para retener el líquido, se levantó y se puso a horcajadas a la altura de mi cara, ordenándome:

—Bébete mi líquido como no lo has hecho nunca —y empezó a dejar caer ese brebaje frío espumoso en mi boca.

Me estaba haciendo una lluvia dorada con champán. ¡Joderrr! ¡Qué morbo producía eso!

No suficiente con ello, como colofón, la camarera tomó un sorbo, y empezó a chupar mi polla colocándose debajo de la túnica.

Jessica, me observaba disfrutar del juego.

Se acercó y me susurró:

—¡Hora de pasarlo bien tú y yo solos! Ya puedes hablar.—He hizo una señal a la camarera para que se retirara.

—¡Joder, Jess! ¡Por fin!

—¿Qué? ¿Qué tal la experiencia? ¿Te ha gustado?

—Me ha encantado, pero ahora quiero follarte a solas. Esto ha sido demasiado, para ser la primera vez.

Nos fuimos hacia la habitación, dejando a los demás en su particular orgía. 

Cuando abrí la puerta de la habitación, no podía dar crédito a lo que veía, estaba todo decorado con velas pequeñas, pétalos de rosa por la alfombra…

—Jess, no me lo puedo creer. Me tienes sorprendido. No sé ni qué decir.

—Ya te dije que no te ibas a arrepentir si te quedabas conmigo.

—Ahora, ábrete esa botella que hay en la cubitera, mientras yo me voy al baño —Me besó mientras me tocaba el trasero.

Puse algo de música mientras tanto. Había todo tipo de CDs, y elegí una de música tántrica.

Cuando salió del baño, me quede atónito. ¡Qué mujer más hermosa!

Sólo llevaba unos tacones negros y unas medias a juego hasta los muslos, su pelo rubio suelto, los labios pintados de rojo pasión  y un piercing en el ombligo, se dio una vuelta preguntando con una sonrisa:

—Te gusto, padre Suárez?

—¿Que si me gustas, sor Fallow? ¡Me encantas, me vuelves loco! —Le contesté con mi túnica aún puesta.

Se acercó hacia mí como si estuviera haciendo una pasarela, y empezó a morder mi oreja mientras me quitaba la túnica, dejándola caer a mis pies.

Empezó a jugar suavemente con mi polla, consiguiendo que se pusiera dura enseguida. Tampoco era de extrañar, estaba muy excitado y con unas ganas de penetrarla, pero quería seguir su ritmo y juego.

Esta mujer sabía como volver loco a un hombre.

La levanté en peso, sujetándola por sus nalgas, rozando su intimidad con mi pene erecto, y empezamos a besarnos con la lengua suave, sintiendo cada respiración, mientas la llevaba a la cama.

La tumbé, bajé con mi lengua buscando sus pechos, encontrándome unos pezones erectos y duros, hermosos,… Los chupaba, apretándolos con las manos. Ella no dejaba de gemir, cogiéndome de los pelos y empujándome hacia abajo, para que buscara su rasurado monte de venus.

 ¡Jessica, cómo me gustas, me vuelves loco!

—Cómeme, chúpamelo, hazme correr con tu boca! Quiero darte lo que llevo todo la noche deseando…
Estaba tan excitada, que no tardó en correrse, dándome su jugo perfumado.

—¡Siiiiiiiii…Víctor… No pares, Diossssss…! ¡Cómo me gusta correrme en tu boca!

Jessica se retorcía de placer, apretando sus piernas, invitándome a que no parara.

Cuando se relajó un poco le di la vuelta, para poder penetrarla, y volví a fijarme en aquel tatuaje que llevaba. Me di cuenta que eran las mismas letras que había en aquel lienzo.

 Ya sé qué significa tu tatuaje —le susurré al oído.

—Pues… “Disfruta de lo desconocido”.

Antes de que pudiera seguir y follarla, me pidió que me tumbara en la cama.

—¿Has hecho alguna vez el amor con los ojos vendados? —Me preguntó.

—Una vez, y me gustó mucho.

—Pues vas a experimentar algo distinto. —Se acercó a la mesita de noche, y sacó varias cosas de ella.

—Vaya… Ahora entiendo la pregunta a la Madame, de que si lo tenía todo preparado.

—¿Preparado? —Me preguntó con una dulzura a la que no me podía resistir.

—Listo: soy todo tuyo. ¡Hazme enloquecer de placer!

Cogió un antifaz oscuro y me lo puso, quedándome completamente a su merced.

Confiaba plenamente en ella. Me ató las manos a la cama, dejándome los pies sueltos.

—¿Confías en mí? —Me volvió a preguntar.

—Sí Jessica, plenamente.

—Ahora relájate y disfruta. Me  respondió al oído. —Vas a experimentar lo que nunca antes habías sentido!

Y empezó con pasarme suavemente la lengua por la comisura de mis labios, casi sin tocarme, mientras me echó aceite por el pecho, y empezó a masajearme, sin dejar de invitarme a besarla. Lo deseaba, pero cada vez que me acercaba, ella se alejaba lo justo para no tentarla con mi boca.

Noté cómo se sentaba encima de mí, y se echaba aceite por su cuerpo, repartiéndolo por sus pechos y empezó a darme un masaje con ellos, arriba, abajo, en círculos…

¡Qué sensación más excitante! Mi polla estaba a punto de reventar y solo quería penetrarla, pero era su juego y ella decidiría cuando y cómo la follaría.

Poco a poco fue bajando por mi cuerpo, hasta frotar sus pechos con mi pene…

—¡Qué rico Jessica, me encanta!

—¡Jajajaja, lo sé, y a mí me encanta hacerlo!

Se dio la vuelta, poniéndome su coño a la altura de mi boca, invitándome a ella, pero cada vez que hacía intención de lamerla, bajaba y pasaba sus pechos por mi polla...!!! Dios que castigo !!!

No podía ver, no podía tocar, era una tortura china en toda regla.

Pero me gustaba saber que ella tenía las riendas del juego.

Ella sabía como llevar el erotismo a su máximo nivel, y cuándo decidir pasar al sexo.

—Jessica, por favor, no me tortures más. Quiero penetrarte, besarte, necesito correrme. —Le supliqué.

—Ssshhhtt… Yo decido cuándo —me respondió, succionando lentamente mi pene hasta tenerlo completamente en su boca.

Me ofreció su depilado coño, dejándome esta vez que lo lamiera: era un perfecto sesenta y nueve.

Cuando notó que me iba a correr, paró, se levantó, me empezó a besar, liberándome de aquella tortura y pidió:

—Ahora, fóllame: quiero sentirte dentro de mí.

Se empaló mi duro erecto, penetrándola lentamente.

Qué sensación más rica, el aceite, su saliva, y teniendo su coño tan húmedo succionándome.

—Joder Jessica, cómo lo tienes, y cómo entra. ¡No quiero parar!

—Ni yo, pero necesito correrme ya, y que tú te corras conmigo.

Empezó a elevar el ritmo, como si estuviera galopando un pura sangre andaluz, moviendo sus caderas hacia adelante y atrás buscando la máxima penetración, soltando unos gemidos de placer que me hacían enloquecer cada vez más.

—Jessica por favorrr… No quiero correrme. —Le dije aguantándome, sabiendo que era inminente con esos movimientos.

—¡Córrete conmigo ahora, Víctor! ¡Córreteee…!  —Y nos dejamos ir, mezclando mi semen con sus fluidos dentro de ella.

—¡Síííí… joderrrrr… qué rico!

Se dejó caer encima de mí, besándome con dulzura la boca. Nos quedamos así un ratito, disfrutando de nuestros cuerpos embadurnados en aceite, escuchando la canción de los “Últimos Mohicanos”.

Nos levantamos y nos metimos al jacuzzi, donde no tardamos en seguir con otra de las fantasías de Jessica, quedándonos dormidos después bien entrada en la madrugada.

A la mañana siguiente, o mejor dicho, al día siguiente......

Continuará…

jueves, 6 de marzo de 2014

¿Seguimos jugando? Cuéntame que te inspira esta escena.



Déjame soñar que te pertenezco, que soy tuyo. 
Quiero sentirte encima de mí, que me utilices, que disfrutes de mi cuerpo. 
Verte contonearte y observar como el placer se refleja en tu rostro.